Fiesta Litúrgica (2024)
Homilía del P. Abad Dom Juan José Domingo,
en la solemne Eucaristía de la fiesta de
San Rafael Arnaiz Barón
Monasterio de San Isidro de Dueñas, 27 abril 2024
Queridos hermanos todos que participáis en esta celebración:
Nuestro hermano San Rafael Arnaiz, ante todo y sobre todo, deseó ardientemente conocer a Jesús y la fuerza de su resurrección, misterio fundamental de nuestra fe que celebramos de un modo especial en la liturgia de este tiempo pascual.
Conocer a Jesús, conocer la fuerza de su resurrección, fue la meta de San Rafael y logró alcanzarla de un modo admirable. Así nuestro hermano figura en el catálogo de los santos en un lugar destacado entre los santos del siglo XX por su conocimiento y experiencia profunda de Cristo a través del misterio de la cruz, pues es en la cruz donde verdaderamente conoció a Jesucristo, le amó y se entregó a Él. La cruz fue para San Rafael fuente de alegría, de vida, de salvación. Nos lo dice en sus escritos: “En el amor a la Cruz de Cristo, he encontrado la verdadera felicidad”.
Al igual que San Pablo, tal como hemos escuchado en la lectura tomada de la carta a los Filipenses, Rafael lo consideró todo pérdida a causa de Cristo.Todo lo dejó: familia, buena posición social, carrera universitaria, un futuro prometedor, la felicidad que puede dar el mundo, para decidida y gozosamente entregarse a Cristo de quien se había enamorado. Abrazó la vida monástica en esta Trapa como una gran posibilidad que la divina providencia le presentó para conocer a Cristo y entregarse a Él. Este monasterio fue para él un “lugar teológico”, donde creció en santidad y conocimiento de Cristo. Lo deseó y lo logró, por un don especial del Espíritu Santo infundido en su alma. Nos dice en sus escritos: “Mi alma de monje sólo busca el amor de Jesús en el silencio y la soledad.” En el silencio de esta Trapa y en la dulce soledad de estos muros se encontró con Jesucristo en lo cotidiano del camino de su vida monástica. Un camino que, inesperadamente, quedó marcado para Rafael por la enfermedad, la prueba del dolor, la aceptación pacífica de las humillaciones. Todo esto en aquel joven significó un desafió para toda su personalidad, hasta que poco a poco, fue encajando todas las piezas descubriendo cual era la dimensión concreta de su respuesta a la vocación que había abrazado. Todo lo supero porque el deseo de Dios crecía en su alma cada vez más, y así, “en la noche oscura del mundo solo la Cruz de Cristo iluminó la senda de su vida.”
San Rafael veía pasar las hojas de su vida velozmente, olvidándose de todo lo que dejaba atrás, y todo era todo, hasta la más mínima ilusión y deseo humano de realización personal, viviendo en la comunidad de esta casa, en una posición poco relevante, como un oblato enfermo, que nunca tendría protagonismo en la vida de la comunidad, el último de todos, siempre después del último novicio que ingresase. Pero para San Rafael lo importante era permanecer junto a su Señor, en la dulce soledad a la que le había llamado. Y se decía así mismo: corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús.
¿Cómo fue posible que aquel joven tomase la determinada determinación de seguir a Cristo con esta profundidad y rotundidad? Sin duda asimiló las palabras del Señor en el evangelio que acabamos de escuchar: Venid a mí… porque yo os aliviaré… Venid a mí y encontraréis descanso para vuestras almas. Cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón.
En su cruz personal aprendió el valor y la ciencia de la Cruz de Cristo y participó del misterio de la Cruz del Señor. San Rafael aprendió en el monasterio a cargar con el yugo suave de Jesús viviendo en la mansedumbre y humildad de corazón. Aceptando y amando, negándose a sí mismo y gozando de su entrega a Dios.
¡Qué grande fue la humildad de Rafael ¡Qué sincero su abrazarse a la cruz en toda circunstancia, en todo momento y ocasión, tantas veces incomprendido! ¡Qué mirada más profunda y auténtica de sí mismo, de la Trapa y del mundo tenía San Rafael! ¡Cuánto y qué velozmente aprendió en esta escuela del discipulado que es el monasterio, escuela de caridad! ¡Qué discípulo tan aventajado en la Ciencia de la Cruz!
San Rafael con su vida y ejemplo nos dice a todos que “En Dios está la verdadera paz, en Jesús la verdadera caridad. Cristo es la única verdad.” Por esto San Rafael es fuente de consuelo y protección para tantas personas que tienen dificultades en el camino de la vida. Para las personas que están en búsqueda, que quieren conocer a Jesús, que necesitan encontrar un testigo de la esperanza, un testigo que remite a lo esencial porque enseña a mirar con ojos nuevos el lado difícil de la realidad de cada día con sus incertidumbres, sufrimientos y decepciones.
Pidamos en esta eucaristía que por intercesión de San Rafael todos logremos quedar fascinados por lo absoluto de Dios, por su grandeza, y postrados ante el Señor le adoremos en su gloria para un día poder participar de ella. Solo Dios llena el alma y la llena toda, Solo Dios en el centro de nuestra existencia y de nuestros anhelos. Así nos lo enseña San Rafael: Solo Dios.